lunes, 1 de noviembre de 2010

Una chispa de esperanza



Con este relato gané el último concurso de relatos cortos de Los desterrados
Aqui os lo dejo. Espero vuestros comentarios, que siempre ayudan a mejorar. 



Todavía recuero el día en que decidiste irte a la guerra. Era el 15 agosto de 1936 y a penas llevábamos casados cinco meses. Yo tenía 20 años y tu acababas de cumplir los 21. Estábamos comiendo en el salón de nuestra pequeña casita, escuchando la decrépita radio que tus padres nos habían regalado por nuestra boda. El día anterior nos había llegado noticias de la toma de Badajoz por parte de los sublevados y en ese momento escuchábamos por la radio como seguían avanzando.

- Esto es injusto -dijiste-. No podemos dejar que esta gente arruine lo que con tanto esfuerzo consiguieron nuestros padres.
- No podemos hacer mucho Miguel.
- Claro que sí. Podemos ayudar -dijiste al tiempo que te levantabas de la silla-. Voy a unirme a los republicanos.
- Pero Miguel, a ti nunca te gustó la política. ¿Que más te da? ¿Vas a dejarme sola?
- Es una cuestión de principios Adela. No voy a dejar que las tropas de Franco nos roben la república.

En ese momento no tuve el valor de decirte que pensaba que estaba embarazada de 2 meses. Estabas tan decidido a irte a la guerra, a ayudar, que no pensé que eso fuera a cambiar nada. En cambio, probablemente estarías más tranquilo en el frente sin saberlo.

Nos sentamos y seguimos con nuestra comida en silencio. Esa misma tarde fuiste a la casa del pueblo a alistarte y yo fui a casa de mis padres, a pedirles consejo.

La guerra avanzaba deprisa, por lo que las tropas republicanas no querían perder el tiempo, así que el día siguiente tenías que irte de mi lado. Esa noche la pasamos en vela. Fue la última vez que hicimos el amor. Juntos, abrazados en la cama, me explicabas tu necesidad de irte. No querías que nuestros futuros hijos crecieran en manos de los sublevados. Querías que pudieran tener una vida digna y pensabas que la única forma en que nuestro país avanzaría era mediante la república.

Si hubieras sabido lo que aquella guerra iba a deparar a nuestro hijo, ¿te hubieras marchado igualmente?

Al día siguiente te vi subirte a un camión lleno de jóvenes del pueblo. No podía creer la cantidad de gente que pensaba como tu. Todos vosotros os dirigíais a una muerte casi segura, pero ibais cantando, felices por poder ayudar al gobierno legítimo.

Yo sólo podía rezar. Arropada por nuestros padres y con el rosario en la mano, rezaba para que tuvieras razón, para que los republicanos ganaran esa absurda guerra y tu volvieras a mi lado, y pudieras conocer a nuestro hijo. Esa misma noche dejé nuestra casa para irme con mis padres.

El tiempo pasaba y yo no tenía noticias tuya. Pasábamos los días pegados a la radio, tratando de averiguar como marchaba la guerra, que por suerte, todavía no había golpeado al pueblo.

El 23 de marzo de 1937 nació nuestro hijo, Miguelito. Yo seguía sin saber de ti, pero mi corazón me decía que estabas bien, que estabas vivo, y que volverías a nuestro lado. Aunque no estabas allí, tuve la suerte de tener una familia que me quería y me cuidaba. Además, tus padres siempre estuvieron a mi lado y ayudaron en todo lo posible.

En octubre nos llegó la noticia de tu muerte. Estabas con el resto de jóvenes del pueblo, combatiendo en Gijón, cuando llegaron los sublevados os atraparon. Os fusilaron a todos, dijeron.
En ese momento creí morir. Ya nunca volvería a abrazarte. No conocerías al fruto de nuestro amor. Sólo habíamos podido vivir juntos cinco meses. No podía creerlo, tenía que ser mentira. Prometiste que volverías.

Fue muy difícil para todos nosotros superar aquello. Yo acababa de perder a mi amor. Tus padres habían perdido a su único hijo. Y los míos habían perdido a su yerno, al que querían como a un hijo. Además, teníamos que salir adelante como fuera, por tu hijo.

La suerte llamó a nuestra puesta en noviembre, cuando la señora de Mosquera dio a luz a un bebé. Ella no estaba dispuesta a darle el pecho, por lo que buscaban un ama de cría. Yo todavía estaba amamantando a Miguelito, por lo que me dieron trabajo en el caserón para amamantar a su hijo Bernardo. Ellos sabían de la situación en la que nos encontrábamos y no dudaron en ayudar. Siempre fueron buenos con nosotros.

Me trasladé a vivir a su casa y cuando Bernardo dejó de tomar el pecho me acogieron como ama de llaves. Los Mosquera fueron como una segunda familia para nosotros. Como eran pudientes, no tuvieron problemas con el nuevo gobierno al acabar la guerra. Miguelito y Bernardo crecieron como hermanos y les dieron la misma educación. Si le hubieras visto el día que se graduó en Derecho. Estábamos todos tan orgullosos de él.

A Miguelito nunca le ocultamos nada de nuestro pasado, aunque a los señores no les gustaba que se hablara de ello, por miedo a represalias del gobierno. Él estaba decidido a estudiar derecho y a recuperar los restos de su padre. Siempre tuvo ansias de saber de ti, ¿sabes?

Y gracias a su empeño aquí estamos hoy, a mis 93 años, en una cuneta de una carretera perdida de Asturias, con nuestros nietos sujetándome en pie, mientras rezo con un rosario en la mano. Es una escena parecida a la del día en que te fuiste de mi lado para siempre. Pero hoy, por fin, vuelves a mi lado. Después de tantos años de esfuerzo, un juez ha decidido que tengo derecho a recuperar a mi marido. Así que hoy volverás a casa y por fin podré descansar en paz, a tu lado, como siempre debió ser.

-Señora Fernández, ¿se encuentra bien?¿Podemos proceder?

La voz del juez sacó a Adela de su ensoñación. Después de tantos años, después de haber perdido la esperanza, iba a recuperar lo que la guerra le arrebató, el amor de su vida.

-Si señor, no se preocupe. Procedan.

Y la máquina excavadora clavó su pala en la tierra, a punto de devolver a sus familiares a algo más que un recuerdo de sus seres queridos, 73 años después.

1 comentario: