¿Pueden tres encuentros casuales
definir tu vida por completo?
Durante meses hemos vivido a
través de Novela en construcción cómo Perez-Reverte construía la historia de
Max y Mecha, una historia en la que tres encuentros y un tango marcarían sus
vidas para siempre.
Él, bailarín mundano, elegante, acostumbrado
a seducir, a dominar de forma sutil a las mujeres y vivir de ello. Ella, la
mujer más bella del mundo, profundos ojos color miel, que lo matan al mirarlo.
Sorrento, 1966. Max Costa pasea
por la plaza y cree estar viendo un fantasma. Estudia a la mujer, hasta
convencerse que es ella, es Mecha, la mujer de la que siempre se alejó, pero
que marcó su vida para siempre. Allí descubrirá que desde su último encuentro
Mecha tuvo un hijo, que dedicó su vida a él, algo que parece imposible en la
Mecha que él conocía. Y acabará implicándose en sus vidas más de lo que
esperaba.
1928, su primer encuentro. Max
baila en el Cap Polonio rumbo a
Buenos Aires y estudia a las mujeres del barco. La primera vez que saca a Mecha
a bailar no puede creer la forma en que ella se mueve entre sus brazos y
quedará atrapado en una historia sórdida, entre ella y un marido compositor,
Armando de Troeye que busca escribir “El Tango”. Max huirá de ellos y de Buenos
Aires tras verse envuelto en una historia peligrosa, repleta de sexo y drogas.
La casualidad hace que Mecha y
Max se reencuentren en 1936, en Niza, donde la gente bien española huye de la
guerra civil. Con de Troeye encarcelado por los republicanos, Mecha y Max se
enzarzan en una relación sexual desesperada, con ansia el uno del otro. Pero
Max está envuelto en asuntos turbios y tiene que huir de la ciudad. Mecha le
pide que se quede con ella, que se quede cerca y él promete que volverá… pero
ya sabemos que nunca lo hizo.
Ella lo amaba, y aún lo ama. Una
mujer capaz de parar el mundo a su antojo se enamoró del bailarín mundano, del
caradura. Quizá Max la amó alguna vez, o quizá Max no sabe que es el amor; sólo
se vio atrapado en el remolino que genera ella a su alrededor y lo único que
intenta una y otra vez, sin conseguirlo del todo, es salir de él.
Yo me quedo con la sensación de haber vivido con ellos una historia épica, y con las ganas de bailar El Tango de la Guardia Vieja en los brazos de Max Costa.
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